cinEScultura 2010 presentó ya una retrospectiva del cine gallego que incluía la película muda de referencia (La casa de la Troya, 1925), la primera película rodada en gallego (Sempre Xonxa, 1989) y producciones que anunciaban un cambio de paradigma: La lengua de las mariposas (1999), Los lunes al sol (2002), así como las películas de Antón Reixa. Alfonso Zarauza ha ejercido como director bisagra entre estas dos etapas del cine gallego, colaborando además hasta ahora con cineastas del Novo Cinema Galego, como Jaione Camborda o Lois Patiño, de modo que así completamos ilustrativamente un panorama de la historia del cine gallego.
La referencia fundacional del nuevo cine gallego fue la participación de Óliver Laxe en Cannes con su ópera prima Todos vós sodes capitáns (2010), primera película gallega en recibir allí el Premio FIPRESCI. Y el impulso institucional que dio alas a un nuevo cine gallego diverso, a la par local y universal, de autores jóvenes y conectados con discursos contemporáneos, lo dieron las ayudas a la creación y desarrollo del talento audiovisual que la Xunta de Galicia aprobó en 2009. Precisamente de nuevo en Cannes, Laxe consiguió en 2019 con su tercer largometraje, O que arde (cinEScultura 2020), el Premio Especial del Jurado en la sección “Una cierta mirada”.
En esos diez años, otros cineastas fortalecieron la nueva y heterodoxa corriente cinematográfica, consiguiendo el reconocimiento de público y crítica. Los títulos, a menudo en gallego, tienen más que ver con una reivindicación lingüístico-cultural y unos horizontes sin fronteras. Así, por ejemplo, Laxe rodó sus dos primeras películas en Marruecos y en árabe; Eloy Rodríguez Serén filmó, a modo de diario a lo Jonas Mekas, cuatro obras documentales multipremiadas sobre su experiencia en Suecia (2013 – 2016) o Hamada (2018) en el Sáhara (cinEScultura 2020); y Lois Patiño ha combinado sus primeras obras rodadas en Galicia con otras rodadas en Azores, México, Marruecos, Japón, Laos, Zanzíbar…
A falta de una escuela de cine en Galicia, como las existentes en Madrid (ECAM) o Barcelona (ESCAC), los nuevos valores del cine gallego se han formado fuera, como Diana Toucedo -titulada en la ESCAC y residente en Barcelona- quien vuelve a Galicia para rodar y mantener así un vínculo vivo con su origen a través de sus obras, como Porto Desexado (2017) o Trinta Lumes (2018).
Dentro de la variedad temática, estilística y de género, un elemento que une a muchas de las propuestas de los nuevos cineastas gallegos es la experimentación y la hibridación. Tal vez haya una relación entre haber roto un muro de cristal que mantenía a Galicia como región periférica, un “sitio distinto” (Antón Reixa), y la libertad y frescura creativas con las que abordan su interconexión con las tendencias más contemporáneas: un diálogo abierto y fecundo que sorprende más allá del antiguo “telón de grelos” (Antón Reixa). Esa tensión entre marginalidad periférica geográfico-cultural y ruptura posmoderna es un rasgo común al nuevo cine gallego.
Recientemente, Jaione Camborda, partiendo desde una propuesta más experimetal con Arima (2020), su ópera prima (cinEScultura 2020), ha conseguido con O Corno (2023) ser la primera directora que gana la Concha de Oro, principal premio del Festival de San Sebastián. En algo más de una década, el cine gallego ha superado fronteras ganando premios en los festivales más prestigiosos. La amplia red gallega de festivales de cine y la cooperativa Númax, con su modesta pero inquieta sala de cine en Santiago de Compostela, refuerzan el músculo del audiovisual gallego y son una de sus lanzaderas de difusión y distribución.